Con el permiso de eldiario.es, voy a reproducir una entrevista realizada por Jordi Mumbrú a Francesco Tonucci...
Ciertamente, llevo un tiempo dándole vueltas a la idea de por qué nos empeñamos en pensar que l@s niñ@s nacen vag@s, como una cualidad innata, y por ello debemos esforzarnos en meterles los contenidos académicos y/o vitales casi con calzador, en lugar de fomentarles y apoyarles en su propio auto-aprendizaje.
Muchos prejuicios deben erradicarse, la propia mentalidad vigente acerca de cómo funciona la mente humana debería dar un giro radical. Pero mientras tanto, vamos a seguir aportando pequeños granos de arena a este gran desierto.
LOS NIÑOS NO SON BURROS
Ciertamente, llevo un tiempo dándole vueltas a la idea de por qué nos empeñamos en pensar que l@s niñ@s nacen vag@s, como una cualidad innata, y por ello debemos esforzarnos en meterles los contenidos académicos y/o vitales casi con calzador, en lugar de fomentarles y apoyarles en su propio auto-aprendizaje.
Muchos prejuicios deben erradicarse, la propia mentalidad vigente acerca de cómo funciona la mente humana debería dar un giro radical. Pero mientras tanto, vamos a seguir aportando pequeños granos de arena a este gran desierto.
LOS NIÑOS NO SON BURROS
Entrevista a
Francesco Tonucci, pedagogo, dibujante y pensador
Jordi Mumbrú - Barcelona
10/11/2012 -
01:00h
Francesco
Tonucci (Carmen Secanella)
A primera
vista parece un abuelo entrañable, inocente y cándido y muy amigo de los niños,
a los que lleva años escuchando. Su generosa barba blanca hasta le da un cierto
parecido a Papa Noël, el personaje más querido por los niños. Pero a medida que
va desarrollando su discurso, el profesor Francesco Tonucci (Italia, 1954) fija
la mirada en los ojos de quien le escucha que, sólo en ese momento, empieza a
descubrir que el entrañable abuelo es en realidad un sabio, que posee los
conocimientos científicos y la seguridad de la experiencia. A medida que el
profesor va proponiendo cambios en la educación y argumentándolos con ejemplos
concretos, el atónito espectador descubre que Francesco Tonucci es un
revolucionario. Es entonces cuando uno le observa detalladamente y empieza a
pensar que esa barba se parece más a la de Karl Marx que a la de Santa Claus.
El profesor
Tonucci es pedagogo, dibujante y un gran pensador. Ha escrito numerosos libros,
como La ciudad de los niños (1991) y ha publicado artículos en periódicos
católicos y en comunistas. Visita muy a menudo Barcelona. En esta última
ocasión, ha venido invitado por la Facultad de Pedagogía de la UB para asistir
a unas jornadas sobre Participación Infantil y Construcción de la Ciudadanía
que se han celebrado en el CosmoCaixa. Por una casualidad romana, Tonucci y yo
tenemos una amiga en común, pedagoga cómo él, que ha permitido apuntarme a una
cena.
MEZCLAR NIÑOS DE DISTINTAS EDADES
Apenas nos
hemos sentado y ya discutimos de educación. “No tiene sentido agrupar a los
niños en clases en función de su edad”, afirma el pedagogo. Le respondo que si
se juntan niños de cinco años con otros de seis, habrá que reducir el temario
porque algunos serán demasiado pequeños para seguir al resto. Su respuesta me
desarma: “Es que yo no hablo de niños de cinco años con niños de seis: hablo de
niños de cinco años con niños de doce”. No hace falta que le responda. Descubre
mi incredulidad y argumenta su tesis: “La homogeneidad no existe en ningún
sitio. En la vida no hay lugares donde se separe en función de la edad, sólo se
hace en la escuela. Hoy aceptamos que niños y niñas vayan juntos a clase y
también que lo hagan niños de distintas razas o con alguna disminución… Pero no
aceptamos que haya niños de distintas edades”. Empiezo a seguirle. El profesor
argumenta que “ni todos los niños tienen el mismo nivel, ni tan siquiera los de
la misma edad” y que, por consecuencia, “no todos los niños pueden llegar al
mismo nivel”. La afirmación es evidente, pero tira por los suelos el sistema de
evaluación actual que, según aprendí en la escuela, era lo más importante. “Se
trata de escuchar a cada niño y ofrecerle el mejor camino para que progrese”,
defiende.
UN MISMO PROFESOR PARA TODO UN CICLO
“Los dueños
de este restaurante hace mucho tiempo que viven en Barcelona… Mira, han escrito
parmigiano con dos g”, dice el profesor con una carta de pizzas en sus manos.
El restaurante es italiano y, como suele pasar en Barcelona, lo gestiona un
italiano pero eso no es garantía de nada: ni de que se escriba bien su propio
idioma (como pasa con los catalanes) ni de que las pizzas sean deliciosas. Al
final, una ensalada de mozzarella di bufala para compartir y dos pizzas. Somos
tres.
“En países
como España y Argentina tenéis una costumbre muy extraña de poner un maestro en
cada curso. Los maestros tienen que seguir a la clase, de lo contrario no se
pueden evaluar los progresos de los niños”. Vuelvo a perderme. “Es cierto que
hay el riesgo de que te toque un profesor malo y lo tengas durante muchos años…
pero si te tocan cinco profesores malos es aún peor”. En Italia y muchos otros
países los maestros cambian de clase como sus alumnos, algo que les permite
conocer el nivel de los estudiantes, observar sus progresos y tratar de
ayudarles con más facilidad. Vuelvo a comprar sus argumentos y recuerdo cuando
era niño y pasaba de curso y les preguntaba a los mayores qué tal era la
maestra de quinto, la María Dolors.
ESCUELAS SIN CLASES
“Me encanta
la costumbre que tenéis de tomaros una cerveza antes de comer… Yo nunca tomo
cerveza en Italia, pero cuando vengo aquí, me gusta”. La ensalada aguanta y las
pizzas, para ser Barcelona, también. Llevar a un italiano a una trattoria en
Barcelona es un error monumental, pero en el barrio del Putget, donde se aloja,
no conozco ningún restaurante. Ha primado el único criterio de la proximidad.
“Me
explicaba que los maestros tienen que seguir a la clase”, le recuerdo y me
lanza el titular de la noche: “Sí… bueno otra cosa es que las escuelas no
deberían tener clases”. A estas alturas mi cara es un poema. “Pero profesor, si
no tienen clase, como... donde…”, intento preguntar, pero no hace falta, él
responde. “Hay que renunciar a las aulas y hacer talleres. Ahora mismo los
chicos están en clase, suena una campanilla, se va el profesor de literatura,
los niños guardan el libro en el cajón y entra el profesor de matemáticas o el
de música y los niños sacan otro libro del cajón y en unos minutos tienen que
cambiar el chip para empezar a hablar de una materia completamente distinta.
Sería mucho más fácil si se cambiará a los alumnos de lugar. Y fueran primero a
un laboratorio donde todo está muy limpio y hay instrumentos científicos y
después a una clase con una luz débil donde el profesor lee a los alumnos o les
enseña música y luego un taller de arte con colores, materiales…”. Me vuelvo a
acordar de la María Dolors y de mi colegio… sin duda era otro estilo. Supongo
que igual como en la mayoría de los colegios donde entraba maestro, leía el
libro de la asignatura en cuestión y luego venía otro que hacía lo mismo y al
final te hacían un examen, que normalmente era el mismo que en los cursos
anteriores.
El postre es
malísimo pero el menú ya me da igual. No volveremos. La conversación nunca
termina pero los italianos van cerrando el restaurante. Nos despedimos. Y llega
la hora de ordenar todo lo escuchado. Las ideas de Francesco Tonucci parten de
la premisa que los niños no son burros y que, como los adultos, son diferentes
entre sí. Con lo cual bastaría con preguntarles qué es lo que quieren. Pero
luego, y es por este motivo que Tonucci es revolucionario, hay que hacerles
caso. Incluso cuando lo único que piden es jugar. Habrá profesores que opinen
lo contrario y que tengan argumentos de peso, pero sorprende que siendo algo
tan importante, apenas exista un debate abierto. Si realmente nos estamos
equivocando, el error es grave.
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