martes, 12 de enero de 2021

... Y LO QUE NOS QUEDA POR APRENDER SOBRE LAS ALTAS CAPACIDADES

(Entrada rescatada de una contribución mía al blog "La Rebelión del Talento")

Hace ya unos años que aterricé en este mundo nuestro de las altas capacidades. Podría afirmarse que mi aterrizaje llegó durante mis estudios en la facultad de psicología (que de hecho asé debería haber sido), pero no fue exactamente de esa forma: no hay experiencia que te cambie tanto como la maternidad.

Es frecuente escuchar que mis hijos lo tienen “más fácil”, puesto que al tener una madre psicóloga, tanto la identificación de sus altas capacidades, como intervenir en el momento en el que lo necesiten, son cuestiones que salen de manera más “natural”. He de deciros sin embargo una obviedad: no soy su psicóloga, sino su madre. De hecho me atrevería a decir que ellos mismos son los que más me enseñan cada día, acerca de mi profesión, de la infancia y especialmente acerca de mí misma.

En torno al tema de las altas capacidades, lo que sí pienso es que la palabra que más y mejor puede llegar a definirnos desde una perspectiva de las familias es la de LUCHA. Y no sólo hemos de sacar ese espíritu de lucha contra un sistema que estruja y arruga las necesidades de nuestros hijos e hijas, desde el mismo preciso momento en el que encontramos el adverbio “no” precediendo y acompañando a cualquier palabra o frase cada vez que exigimos sus derechos, sino también en muchas ocasiones, hemos de luchar contra nosotr@s mism@s, puesto que hemos crecido y nos hemos desarrollado en una cultura que tiende a la homogeneización, bajo el precepto de que eso, es igualdad para todos y todas.

Es por ello, que más que hablar acerca de qué son o cómo son las altas capacidades intelectuales, tiendo a preferir centrarme más bien en qué no son:

No son omnisapiencia.

No lo sabemos todo, ni tenemos respuestas inmediatas a todo y en todo momento, de la misma forma que no nos interesan todos los temas, ni todos por igual. De hecho, quizá lo más llamativo no sean tanto las respuestas emitidas, sino las preguntas que se generan.

No son alto rendimiento.

Tendemos a confundir con demasiada frecuencia los conceptos de capacidad con habilidad, que si bien es cierto que están íntimamente relacionados, también hemos de entender que lo primero es condición para que surja lo segundo, y no a la inversa.

Esta continua confusión terminológica conlleva que en muchas ocasiones, nos hayamos encontrado que para que se elabore y planifique un programa individualizado de apoyo en los centros escolares, se ha puesto como condición previa que empiece primero a rendir más, o que empiece a cambiar su actitud. Curiosa contradicción. No se me ocurriría pensar ni por un momento que para que a una persona que no puede caminar y necesita una silla de ruedas, se le ponga como condición previa que empiece primero a mover las piernas.

No son una moda.

El hecho de que cada vez con mayor frecuencia se trate el tema y cada vez más familias tomen consciencia del origen por el cuál, sus hijos e hijas son diferentes puede tener más que ver con una cuestión de movimiento asociativo en torno al tema, así como con un interés creciente desde ámbitos científicos y de investigación. Pero no es nuevo… simplemente cada vez se conoce más.

No son un número.

El proceso de identificación de las altas capacidades pasa por una evaluación centrada en diversos factores, entre ellos el intelectual, lo cual supone el uso de tests psicométricos que nos orientan en la obtención de una serie de índices que nos sirven de apoyo para efectuar una identificación o descartarla.

Pero no nos confundamos: las altas capacidades son mucho más que la obtención de un CI y requieren centrarse en parámetros también de tipo cualitativo, lo cual no siempre queda reflejado en las puntuaciones de un test.

No somos l@s más list@s.

Esta afirmación puede llegar a hacer mucho daño, especialmente por las expectativas que pueden llegar a generarse en torno a la persona con altas capacidades o superdotación. Simplemente se aprende de manera diferente, puesto que el cerebro se desarrolla y procesa de manera diferente. Esto no implica en ningún momento que estemos hablando de un origen exclusivamente biológico o genético, puesto que lo que sí conocemos es que el proceso de aprendizaje se desarrolla y se produce gracias a una interacción de varios factores de diversa índole (ver cuadro).

Mientras no consigamos alcanzar una idea de educación basada en proporcionar los medios y formación necesarios para que el alumnado desarrolle al máximo su potencial y se convierta en auténtico protagonista de su propio aprendizaje, seguiremos padeciendo elevadas tasas de fracaso escolar, el cual ha de entenderse desde una perspectiva amplia. El fracaso no sólo consiste en rendimiento bajo o abandono. El hecho de que sigamos encontrándonos frecuentemente a adolescentes y personas adultas con altas capacidades que deseen pasar desapercibidos en el sistema, es un claro indicador de que el sistema sigue fracasando.

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