Sabemos que cada persona con altas capacidades es diferente. Tod@s somos diferentes, lo cual no implica otra cosa más que diversidad y riqueza cultural, de opinión,... una de las grandes maravillas que nos aporta percatarnos que no hay dos personas idénticas, ni aun siendo gemelos monozigóticos y con un ADN idéntico. Sin embargo esto no parece ser algo de lo que todo el mundo se percata, porque sigue existiendo un empeño en homogeneizar, en pulir a todo ser humano siguiendo el mismo patrón mientras se disfraza de justicia social en pro de una supuesta "igualdad de oportunidades".
Pero ¿y si todo el mundo empezara a cuestionarse qué significa "igualdad de oportunidades"??
Empecemos por esta imagen tan ampliamente difundida. Se equiparan diferencias de tamaño físico y cuestiones materiales utilizándolas a modo de metáfora de las cognitivas. Gran error, eso para empezar: se trata de una metáfora ofensivamente demagógica en el momento en el que se supone que es "justo" quitarles a unos para darles más a otros ¿Por qué? Sencilla respuesta. No es comparable el reparto material (una caja, medios económicos, etc.) con el reparto metodológico en materia educativa (medios, metodologías, profesionales, etc.) ¿Le quitaríamos la silla de ruedas a una persona que la necesita para dársela a otro que no porque la primera puede bajar más rápido por una rampa??La diferencia del mensaje transmitido entre ambas imágenes puede parecer sutil pero es importante detectarla y cabe la posibilidad de que por algunas personas defensoras de la educación inclusiva, la segunda imagen sea ampliamente criticada por acudir a las etiquetas. Pero también me consta que muchas otras personas defensoras de la inclusividad educativa (entre las que me incluyo), pueden opinar que necesitamos primero un cambio social inmensamente profundo para poder llegar a la inclusividad plena y justa. Mientras tanto, habrá muchos (demasiados) profesionales que se aprovecharán de la tendencia a no construir "etiquetas" para dejar de lado a aquellas personas especialmente diferentes (porque todas lo somos, pero algunas especialmente más).
Concluyendo, en materia educativa "darles a tod@s lo mismo" NUNCA ha de suponer "quitarles a un@s para darles a otr@s", o pretender que el alumnado con altas capacidades tenga que "bajar el ritmo" para que los demás no se sientan mal. Esto parece una premisa "muy noble", pero no lo es tanto. Tendemos a equipararlo a la idea de que "si los ricos compartieran sus riquezas con los pobres, existiría mayor justicia social y menos necesidades de un sector de la población quedarían sin cubrir", pero lo cierto es que no son escenarios comparables: lo primero hace alusión a una cuestión en parte material y basada en ocasiones en criterios éticamente cuestionables (¿cómo y a través de qué medios logró el rico su riqueza?); lo segundo hace alusión no a una cuestión exclusivamente adquirida, sino en gran parte innata y que conlleva a su vez una serie de necesidades no siempre relativas a la idea de que tener altas capacidades implica "tener más" o "saber más". Es un tema mucho más complejo y las implicaciones que conllevan las necesidades que el alumnado con AACC tienen más que ver con entender y enfocar la educación de una manera diferente.
¿Os cuento otra anécdota personal? Yo practiqué mucho deporte en mis años mozos jeje. Entre los deportes que practicaba estaba el atletismo y sinceramente, hubo una época en la que no se me daba nada mal. Cuando tenía 13 años, en un un cross de campeonatos escolares que tenía lugar en la Universidad Laboral de Gijón, al comienzo de la carrera, comencé al lado de una compañera de equipo (recuerdo perfectamente su nombre, pero que se dé ella por aludida si en algún momento lo lee) pero cuando llevábamos 1,5 km aproximadamente, yo tenía más resistencia y empecé a adelantarme a ella. En ese momento, empezó a gritar y a llorar mientras me llamaba. Me giré y la vi arrodillada en el suelo con cara de profundo dolor, así que me di la vuelta, apoyé su brazo sobre mi hombro y fui con ella caminando un rato. Le pregunté si quería abandonar, pero dijo que no, que sentía mucho dolor, pero que prefería esperar a ver si se le pasaba. ¡Cierto! Esperó a recuperarse y de repente se suelta de mi hombro y empieza a correr con todas sus fuerzas, obviamente con la intención de dejarme bien atrás. No salía de mi asombro, no podía creer lo que acaba de sucederme. Pero lo que es peor: no fue la primera ni la última vez que me sucedió algo similar a lo largo de toda mi vida. Quien bien te quiere no te va a pedir que bajes el ritmo, sino que se sentirá orgulloso de que le hayas superado, de la misma forma que cada vez que veo a mis hijos crecer y ser más altos que yo, o hacer reflexiones que yo jamás me habría planteado me llena de orgullo. Pero ya no sólo mis hijos, también me suele pasar muchas personas que conozco (quizá por eso no soy capaz de entender que cuando la situación se da a la inversa, no encuentro tantas que me proporcionen apoyo, sino al contrario, parecen estar compitiendo conmigo mientras me han pedido que "baje el ritmo").
¿De dónde he extraído la idea para esta reflexión? Una vez más de buenos compañeros de fatigas de los que aprendo y a los que admiro, en este caso proveniente de AMUACI (Asociación murciana de Altas Capacidades Intelectuales), a través de esta publicación compartida por ellos. ¡GRACIAS siempre por todas vuestras aportaciones! Porque cuando desde los centros educativos se quiere, se puede, tal y como os comenté en esta ocasión (MIS HIJOS, EL APRENDIZAJE Y LA ETAPA COVID).
"Un estudiante superdotado de quinto grado recibió este consejo en su boletín de calificaciones:
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