Muy complicada es la tarea de educar.
Tendemos a pensar erróneamente que este hecho es así porque no sólo depende de tomar decisiones en determinados momentos, sino porque además necesitamos haberlo hecho según algún tipo de criterio (el cual suele ser cambiante y ha de evolucionar conforme también lo hace el/la niño/a).
Sin embargo, digo erróneamente porque la tarea de educar solemos enfocarla de manera exclusiva hacia el qué hacer con la infancia, cuando en realidad el primer paso suele ser más bien el de cómo hacer, es decir, la tarea de cada educador@ ha de ir enfocada en primera instancia hacia un@ mism@, de tal forma que nos hemos de adaptar a la persona que tenemos en nuestra vida, lo cual va a suponer tener que aceptar muchos cambios.
En ese instante y haciendo un ejercicio de introspección, es cuando nos podemos percatar hasta qué punto educamos mucho más con nuestras actitudes y comportamientos que con nuestras palabras. Una vez más, la diferencia entre el decir y el hacer.
Cuanta mayor congruencia positiva logremos entre lo que decimos y la forma en la que actuamos, mayor probabilidad de estar yendo en el camino correcto hacia un objetivo común que tenemos prácticamente la totalidad de las familias: LA FELICIDAD DE NUESTR@S HIJ@S.
Ahora bien ¿qué es la felicidad? Sabemos que no es un estado constante de gozo y algarabía... la vida no nos permite esos "lujos". La felicidad no tiene quizá tanto que ver con el disfrute, sino con la seguridad en un@ mism@, la cual llega no por ciencia infusa, sino por un trabajo diario en el que hemos de ir progresivamente construyendo nuestra propia autoestima, y para ello es inevitable contar con el apoyo de nuestro entorno (lo que en psicología venimos llamando redes de apoyo social).
El entorno posee un papel fundamental en la manera en la que nos percibimos, nos definimos, nos conocemos y (cómo no) nos queremos o estimamos.
¿Cuál sería el ideal? Algo quizá un tanto utópico: que todos los entornos o ambientes en lo que se desarrolla un@ niñ@ supusiesen un apoyo inefable para el desarrollo de su autoestima... sin embargo, no es lo habitual.
Hace unos meses que tengo una lucha constante a este respecto. De pronto, noto que mi hijo mayor se siente inseguro, que no confía en sí mismo (ni en sus capacidades, ni en sus posibilidades de éxito). No quiero tomármelo como un fracaso, porque obviamente no lo es. Pero sí como un gran RETO.
Es un reto probablemente muy compartido por muchas familias de niñ@s con altas capacidades: animarle, apoyarle y hacerle ver sus virtudes, de tal forma que cuando salga al mundo no tenga la sensación de que el mundo se lo come. Y funciona. De pronto, dando apoyo para que se sienta seguro, sale con la cabeza alta, con orgullo de cómo es y de sí mismo... hasta el momento en el que sale del cole cabizbajo y de nuevo con mirada triste.
Esto me suele generar mucha sensación de indefensión en ese momento... en ocasiones es inevitable que piense ¿hasta cuando? Y no tengo la respuesta... porque sé que habrá momentos mejores y momentos peores. Momentos en los que se come el mundo y momentos en los que sienta que el mundo se lo come a él.
Resulta en ocasiones duro y complicado, pero también sé que esa es nuestra labor como papis y mamis... apoyarle, dotarle de cariño y confianza en sí mismo. Pero de manera especial estar a su lado cuando nos necesite, porque no podemos quitarle de todo mal, ni evitar que pase por lo que llamamos malas rachas. Pero sí estar a su lado, crecer y evolucionar con él.
Esa es la seguridad que mis hijos necesitan. Quizá sea la seguridad que tod@s l@s niñ@s necesitan...
Tendemos a pensar erróneamente que este hecho es así porque no sólo depende de tomar decisiones en determinados momentos, sino porque además necesitamos haberlo hecho según algún tipo de criterio (el cual suele ser cambiante y ha de evolucionar conforme también lo hace el/la niño/a).
Sin embargo, digo erróneamente porque la tarea de educar solemos enfocarla de manera exclusiva hacia el qué hacer con la infancia, cuando en realidad el primer paso suele ser más bien el de cómo hacer, es decir, la tarea de cada educador@ ha de ir enfocada en primera instancia hacia un@ mism@, de tal forma que nos hemos de adaptar a la persona que tenemos en nuestra vida, lo cual va a suponer tener que aceptar muchos cambios.
En ese instante y haciendo un ejercicio de introspección, es cuando nos podemos percatar hasta qué punto educamos mucho más con nuestras actitudes y comportamientos que con nuestras palabras. Una vez más, la diferencia entre el decir y el hacer.
Cuanta mayor congruencia positiva logremos entre lo que decimos y la forma en la que actuamos, mayor probabilidad de estar yendo en el camino correcto hacia un objetivo común que tenemos prácticamente la totalidad de las familias: LA FELICIDAD DE NUESTR@S HIJ@S.
Ahora bien ¿qué es la felicidad? Sabemos que no es un estado constante de gozo y algarabía... la vida no nos permite esos "lujos". La felicidad no tiene quizá tanto que ver con el disfrute, sino con la seguridad en un@ mism@, la cual llega no por ciencia infusa, sino por un trabajo diario en el que hemos de ir progresivamente construyendo nuestra propia autoestima, y para ello es inevitable contar con el apoyo de nuestro entorno (lo que en psicología venimos llamando redes de apoyo social).
El entorno posee un papel fundamental en la manera en la que nos percibimos, nos definimos, nos conocemos y (cómo no) nos queremos o estimamos.
¿Cuál sería el ideal? Algo quizá un tanto utópico: que todos los entornos o ambientes en lo que se desarrolla un@ niñ@ supusiesen un apoyo inefable para el desarrollo de su autoestima... sin embargo, no es lo habitual.
Hace unos meses que tengo una lucha constante a este respecto. De pronto, noto que mi hijo mayor se siente inseguro, que no confía en sí mismo (ni en sus capacidades, ni en sus posibilidades de éxito). No quiero tomármelo como un fracaso, porque obviamente no lo es. Pero sí como un gran RETO.
Es un reto probablemente muy compartido por muchas familias de niñ@s con altas capacidades: animarle, apoyarle y hacerle ver sus virtudes, de tal forma que cuando salga al mundo no tenga la sensación de que el mundo se lo come. Y funciona. De pronto, dando apoyo para que se sienta seguro, sale con la cabeza alta, con orgullo de cómo es y de sí mismo... hasta el momento en el que sale del cole cabizbajo y de nuevo con mirada triste.
Esto me suele generar mucha sensación de indefensión en ese momento... en ocasiones es inevitable que piense ¿hasta cuando? Y no tengo la respuesta... porque sé que habrá momentos mejores y momentos peores. Momentos en los que se come el mundo y momentos en los que sienta que el mundo se lo come a él.
Resulta en ocasiones duro y complicado, pero también sé que esa es nuestra labor como papis y mamis... apoyarle, dotarle de cariño y confianza en sí mismo. Pero de manera especial estar a su lado cuando nos necesite, porque no podemos quitarle de todo mal, ni evitar que pase por lo que llamamos malas rachas. Pero sí estar a su lado, crecer y evolucionar con él.
Esa es la seguridad que mis hijos necesitan. Quizá sea la seguridad que tod@s l@s niñ@s necesitan...
Esa es la necesitad de todo ser humano, especialmente los niños, tengan o no tengan "Altas capacidades"
ResponderEliminarYo tengo altAs capacidades ...nunca fui diagnosticada .tengo 44años y me siento con la autoestima por el suelo
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