Efectivamente, si algo poseemos en común los seres humanos es precisamente esa necesidad de poder aplicar nuestra propia experiencia sobre los nuevos acontecimientos que se nos plantean día a día. Esta capacidad no solo nos permite adaptarnos mejor a los cambios, sino que además hace que el aprendizaje se dé de forma mucho más profunda y amena.
Hay un blog magnífico en el que un maestro cuenta anécdotas de sus alumn@s observadas por él, llamado
Una tiza . De él he extraído la última anécdota que ha contado y la cual no tiene desperdicio alguno. Es quizá uno de los ejemplos más claros que me encontrado a la hora de entender qué es y qué implica realmente el aprendizaje significativo.
Están haciendo problemas de matemáticas en clase. Todos en silencio,
algunos mordiendo el lápiz mientras parece que se estrujan la cabeza,
otros con los dedos sumando, alguno tirado por el suelo buscando la
goma. De repente uno de ellos dice en alto:
- Soy pequeño, no tonto.
- Luis, que estamos trabajando en silencio, ¿qué pasa?
- Perdón profe, pero el que ha hecho el libro piensa que somos tontos.
- ¿Porqué dices eso?
- A ver, dice "Carlitos va a la tienda de
chucherías a comprar seis piruletas, diez caramelos, dos chicles, tres
nubes y un paquete de pipas. Si paga con una moneda de un euro ¿cuánto
le devuelven?". Si yo voy al quiosco a comprar todo eso y doy una
moneda, el hombre del quiosco me dice que deje la mitad de las cosas,
que valen más de lo que llevo, papá que le de a mi hermana y mamá que se
me pican los dientes con tantas chuches. ¿Para qué voy a llevarme
tanto?
Y es verdad, son pequeños, pero a veces más listos que muchos mayores,
porque ha sabido ver detrás del problema, no se ha quedado solo en unas
sumas, sino que se ha metido en el papel, se ha imaginado en la tienda
comprando y las consecuencias de hacerlo. Cuantos problemas se
solucionarían si nos ponemos en el papel de los demás y vemos las cosas
desde su visión, si aprendemos a mirar con la mirada de los demás.